Nelson Schwenke y el Inicio de la Leyenda del Sur

La muerte de Nelson Schwenke, ocurrida hace algunas semanas, dio pie para que se reuniera en su funeral buena parte de lo más destacado del canto popular chileno de diversas generaciones. El fallecido músico era parte del dúo Schwenke y Nilo, de gran fama en los años ‘80 por sus composiciones que eran parte central del movimiento “Canto Nuevo” o que suelen etiquetarse en la llamada “canción de autor”, género bastante extraño en su etimología. Su fallecimiento, tan trágico como absurdo (fue atropellado mientras hablaba por teléfono en una concurrida esquina de Santiago), permitió ver en sus funerales a músicos de Inti Illimani (en sus dos versiones) e Illapu, a muchos de sus colegas de la época del Canto Nuevo y a varios otros trovadores de menos recorrido pero que reconocen en el trabajo del dúo a un hito de la música popular del país. Había también, por supuesto, miles de anónimos seguidores que tenían gratitud con él y su compañero Marcelo Nilo porque el grupo los acompañó en momentos importantes de sus vidas, muchos probablemente ligados a oscuros momentos de la dictadura de Pinochet. Por eso mismo estuve un buen rato allá, por más que mi relación con el dúo fuera un poco más tardía.

 
I
“El pequeño Juan” le decíamos a César Morales Navia, un compañero del Instituto Nacional. Para una manga de adolescentes que todavía no nos desarrollábamos físicamente y que dábamos crecientes muestras de chapotear en “la edad del pavo” (denominación en varios países hispanos a un período de poca concentración y lenta reacción ante el mundo, entre otras cosas), su porte de poco más de un metro ochenta y su corpulencia le volvían un sujeto temible por su sola contextura. Pero el famoso “Pequeño Juan” era la bondad con patas y poco antes de que me fuera del colegio me dijo: “escucha a Schwenke y Nilo, te van a hacer bien” o algo así. Yo, que recién me empezaba a maravillar con mis 14 años con las quenas, zampoñas, charangos y ritmos latinoamericanos de los emblemas de la Nueva Canción, no me animé o no me interesé, pero el hecho fue que no le hice caso de inmediato.


Recién el ‘95, ya saciado mi ímpetu inicial de los grupos emblemas, empecé a expandir mis inquietudes hacia otras ramas de la música chilena como el Canto Nuevo o el folklore más tradicional y aproveché que un hermano de un ex compañero de colegio tenía el volumen 2, 3 y 4 del dúo para adentrarme en su trabajo. Como era época de poco presupuesto opté por comprar un cassette de 90 minutos para meter lo que más me gustó de los tres trabajos, que fue prácticamente todo; habrán quedado fuera unos ocho temas en total. Con ese material me compré el volumen 1 y el 5 y corrí cuando salió el 6. Si bien no me gustaron todos por igual, siempre valoré de ellos la calidez melódica de sus composiciones y la manera de trabajar los textos, que podían mostrar realidades crudas y dolorosas pero que tenían un enfoque de alto vuelo y de permanencia, ya que aún pueden escucharse como cosas muy vigentes. Mis favoritas, en todo caso, se cruzaban con mis vivencias de la época, que iban por buscar un sentido en medio del sinsentido, cierta inquietud por el futuro y un aroma a decepción ante todo, que suele volver de cuando en cuando. “Nos fuimos quedando en silencio”, “Arde estrella mía” y “Uno se va quedando” fueron, por eso, leales compañeros de largos momentos no muy esplendorosos.

Por esa misma época los empecé a ver en vivo en algunos locales como el Centro Cultural del Banco del Estado (cuando tenían un interesante ciclo de conciertos los viernes en la tarde con entrada liberada) y también en el ya desaparecido gimnasio Manuel Plaza, en Plaza Egaña. Unos pocos años después los vi en el espectáculo de sus 20 años y en todos ellos vi a varias de sus formaciones de músicos acompañantes y sobre todo disfruté de su calidez y calidad interpretativa y sobre todo con los memorables monólogos de Nelson Schwenke, uno de los tipos más hilarantes que he visto arriba de un escenario. Lamentablemente sólo quedó registrado de esto un fragmento en el disco de los 20 años que editó Alerce. Después tuve la ocasión de hablar un par de veces con Marcelo Nilo para el Americanto e incluso para el diario La Hora, como quedó reflejado en este post anterior, cuando estaban a punto de hacer su concierto por los 30 años, con acompañamiento de orquesta sinfónica.

II
En esa conversación Nilo comentó de un proyecto que estaba pronto a salir, un libro del periodista Rodrigo Pincheira (muy renombrado en el sur del país por su trabajo en algunos diarios de Concepción) donde estaría toda la vida del dúo a partir de unas conversaciones que habían sostenido con el autor. El libro finalmente se publicó en 2010 pero prácticamente no tuvo canales formales de distribución, así que los santiaguinos debieron contactarse con el propio Schwenke para adquirirlo a través de Facebook o esperar alguna visita de Pincheira para comprárselo directamente.

De ese modo lo conseguí, siempre a última hora, cuando ya casi no quedaban ejemplares, gracias a la gestión de un amigo que vio al autor en una jornada de la Asempch (gente estudiosa de la música popular chilena). Lo recibí un jueves a la hora de almuerzo en Discomanía (tienda de discos dedicada casi exclusivamente a la música chilena y atentida por dos grandes amigos, Pepe y la Eliana). Lo empecé a revisar en el metro y aunque el trecho era más o menos corto leí unas buenas decenas de páginas, básicamente porque el relato es muy fluido y porque, pese a no tener una línea cronológica, sí sirve para adentrarse bien hondamente en la manera de pensar del dúo. Eso era cerca de las tres de la tarde. Pasadas las nueve empezaron a llegar noticias desde las redes sociales. Como suele ocurrir con estos asuntos eran contradictorias e inquietantes, pero al poco rato las cosas iban quedando trágicamente claras: el dúo, tal como se le conoció, ya era parte del pasado.

Por eso el libro cobró otro sentido cuando pude verlo con calma al día siguiente. Si bien siempre los Schwenke y Nilo se caracterizaron por tener una calma y una certeza sobre el lugar que les correspondería en la historia de la música chilena, leer algunas de sus anécdotas, las cosas que les decían los jóvenes o la alquimia por la que se mantuvieron juntos por más de 30 años tuvo un impacto emocional mucho mayor. El libro está descontinuado, pero si alguna vez Pincheira lo reedita o si lo encuentra por ahí no lo piense dos veces: hay un pedazo grande de nuestra historia y las reflexiones esenciales de un dúo que hizo su prestigio canción por canción, concierto por concierto, recomendación por recomendación, como la que me dio amablemente el “Pequeño Juan” hace más de veinte años.

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