CD Review: "Ends of the Earth"
La cantautora estadounidense Emily Pinkerton vino nuevamente a Chile hace pocas semanas. Según comentaba es la sexta vez que anda por acá desde que decidió conocer el país a mediados de los 90. Razones no le faltaban: había nacido en la localidad de Valparaiso (sin tilde) en el estado de Indiana, un pueblo creado en Estados Unidos durante el siglo XIX e inspirado en la ciudad chilena, por esos años un lugar clave para el comercio marítimo.
En primer lugar conoció ese puerto y algo de la música chilena al integrarse a un conjunto de música folklórica. Por ahí comenzó a deleitarse con el canto más tradicional, a interesarse en músicas menos institucionales e instrumentos más ligados a la tierra como el guitarrón y después tuvo algunos aprendizajes directos con algunos de los exponentes más renombrados del canto a lo poeta, como Alfonso y Santos Rubio y Osvaldo Ulloa. Alfonso, de hecho, se hizo un seguidor del banjo (el instrumento que ella más domina) y cada vez que viene Emily han desarrollado un aprendizaje mutuo y único. Alfonso se volvió un seguidor y conocedor del instrumento norteamericano y Emily ha llegado a ser participante de un encuentro de guitarroneros improvisando versos con Angélica Muñoz, “La Chepita”.
Emily Pinkerton, "Negra"
Algo de todo ese aprendizaje lento y profundo está en su más reciente disco, “Ends of the Earth”, donde si bien se escucha preferentemente sus creaciones sobre la música de su tierra hay varias incursiones en ritmos latinoamericanos y en temáticas populares chilenas, como “Little angel” que reúne parte de las enseñanzas y viviencias que le entregaron Santos Rubio y Osvaldo Ulloa, fallecidos poco antes de que el disco se terminara y homenajeados en el mismo. Todo está cruzado, por supuesto, con el particular sonido del banjo y hace que surjan preguntas sobre el origen o la identidad de la propuesta o, más aún, de la viabilidad de que tenga difusión en alguno de los dos países.
Emily Pinkerton, "Little Angel"
Lo más lógico, en todo caso, parece ser escuchar el disco sin hacer disquisiciones identitarias e industriales, sino concentrarse en la dulce voz de Emily, en el interesante entramado de los sonidos de todos los instrumentos acústicos, en su versatilidad y la de sus músicos para pasearnos por varias partes de toda América y en abrir la mente y los sentidos de la misma manera como ella ha sabido capturar las cosas esenciales de dos mundos que parecen muy lejanos desde el prejuicio pero que en manos sensibles pueden ser un lenguaje común y único a la vez.